sábado, 27 de junio de 2015

Te vas a girar cualquier noche en la cama y te vas a encontrar con todas las caricias que no te di.

Un día te mirarás al espejo y verás en tus ojos todo el dolor que un día me regalaste.

Vas a lavarte la cara, queriendo quitarte la culpa de encima y te vas a creer, por un momento, que lo has conseguido.

Después te vestirás con la ropa que un día yo te arrancaba sin tocarte; te pondrás esa camiseta que tanto te gusta y los vaqueros rotos, que se te caen a pedazos; soñando que me peleo con tu cinturón para desabrochar las ganas que tienes de follar cada mañana.

El café te va a saber más amargo de lo habitual; no estaré yo encima de la mesa comiéndote el cuello mientras te endulzo la vida con alguna que otra sonrisa entre dientes.

Se te va a olvidar cerrar la puerta con llave; esa que yo he abierto tantas veces para no volver, pero he cerrado otras tantas para no perdernos.

Tendrás que pasar por delante del bar de siempre. Con los de siempre. Pero sin mí. Cerrarás los ojos para no ver mi ausencia reluciendo entre todo el rock que nos hacía perder la cabeza.

La rutina te comerá, pero nunca como yo.

El trabajo te asfixiará, la corbata te ahogará y los papeles te amputarán esa poca energía que te queda para dar los buenos días.

Te reirás de algún chiste malo; y entre carcajada y carcajada, verás mi cara mojada como aquel día que nos llovió por dentro.

Abrirás el primer cajón y encontrarás la foto que no nos hicimos porque nos enamoramos de un instante que no hacía falta inmortalizar porque prometimos que nunca lo íbamos a olvidar;
descubrirás debajo de todas las carpetas, esa factura de aquel hotel al lado de la Alhambra en el que nos desvivimos porque, literalmente, se quedó allí un poco de nosotros impreso en las paredes de esa habitación que rezumaba insomnio por todas partes.

Saldrás corriendo de ese trabajo inútil y cogerás el coche que tantas veces nos llevó a miles de sitios por esas carreteras perdidas de tu mano y verás a la nostalgia sentada de copiloto susurrando mi nombre.

Irás corriendo, sin mirar, fijándote en la nada que te espera delante de todo lo que te rodea creyendo que al final de ese túnel oscuro y sombrío vas a encontrar un poco de luz que ilumine esas noches en vela.

Caerás en el sofá, desplomado, con las ganas por la bragueta y cerrarás los ojos mientras metes tu mano en los pantalones para masturbarte por sexta vez antes de desmoronarte en la cama para dormir tres escasas horas y tener que volver a abrir los ojos y enfrentarte, otra vez, a ti mismo.

Te girarás, como todas las mañanas, y verás los besos en la almohada y los orgasmos que me robaste; chocarás con la felicidad que nos faltó y te preguntarás cuántas noches más tendrás que aguantar el peso de tu conciencia, mi presencia indirecta en tu cama, el olor a sexo que desbordan los cajones, la ausencia de ropa interior por el suelo…

Y entonces te verás sin mí y dudarás cuántos abrazos habrían hecho falta para que me quedara una vida más contigo.

Te darás cuenta de que, a pesar de las volteretas, nunca supiste estar a mi altura y pensarás ‘ojalá no hubiese dormido nunca solo por no perder ni un solo minuto contigo’.

Y sentirás, de repente, que la vida murió el día que me dejaste marchar. Por tonto. Por no saber lo que te estabas perdiendo, ahora me has perdido. 

domingo, 14 de junio de 2015

Ceguera.

De repente todo se volvió oscuridad. Es curioso. Te pones una venda y empiezas a caminar. No puedes ver absolutamente nada. En el fondo sabes que no es real. Pero, ¿qué ocurriría si al quitarte la venda la luz no regresase? ¿Si te quedases ciego de repente? Sin nuestras percepciones visuales, el mundo que conocemos sería totalmente diferente. Tus otros sentidos se agudizan. Sí, es cierto que somos esclavos de nuestros ojos. Cuando no ves, de repente los sonidos se vuelven más intensos. Incluso el leve movimiento de las hojas de los árboles sacudidas por el viento penetra en tus oídos, discurre por tu interior y hace que todo a tu alrededor vibre. Te sientes solo. Das algunos pasos. Tienes miedo. Caminas, pero no sabes qué tienes delante. Y de repente, sientes el tacto de una mano cálida. Y te sientes más seguro. Nunca habías tocado una mano desconocida y sentido algo así. Como si de repente el mundo fuese un lugar menos peligroso. Como si vieses algo más, porque alguien te está tocando, y sientes que está ahí y en silencio le das las gracias del mismo modo que él te hace un favor: con una simple caricia. Tal vez, esa persona esté igual que tú. Los dos ciegos, los dos sin poder ver, pero los dos más fuertes porque camináis al mismo tiempo, y porque si caéis, caeréis juntos, y si tropezáis, os ayudareis para amortiguar el golpe. Llega un momento en que en medio de esa ausencia de luz, empiezas a ver. A imaginar. A oler y a tocar. Y cuando te quitas la venda, cuando los rayos del sol vuelven a molestarte, cuando comienzas a apreciar otra vez formas y colores, eres consciente de lo mucho que tienes y lo poco que lo valoras. La posibilidad de descubrir cada día un nuevo horizonte. La posibilidad de emocionarte con una imagen. La belleza de un mundo que ignoras cuando sientes que solo tú eres el mundo.


Rock On