sábado, 22 de noviembre de 2014

La vi tumbada en la escalera, fumando, como si supiera que mañana se iba a acabar el mundo;

Como si mañana fuera su primer día de colegio o tuviese que cortarse el pelo a la altura de los hombros porque le tocaba cambiar.

De vida.

Tenía los ojos azul miedo y la misma herida de siempre, metía los dedos hasta el fondo, saboreando con la yema de sus dedos el dolor que no quería dejar de sentir.

Todavía no ha escuchado su canción favorita,
pero muchas hablan de ella.

Pierde la razón y los papeles;
el corazón sigue estando en su sitio -juraría que en el pecho-
pero más de un día la vi revolviendo los cajones en busca del alma perdida.

La he visto desnudar sonrisas y humillar al sol,
ser mapa y tesoro al mismo tiempo,
cerrar la boca para abrir los ojos.

Un día decidió pasar de todo para dejar paso a la indiferencia más absoluta.

Ese mismo día se mintió evitando mirarse al espejo y con la libertad de un pájaro,
empezó a escribir.

Limpió su conciencia y se acordó de olvidarse de todo;
menos de ella.

Se besó las rodillas a cámara lenta,
la contemplé mientras se despertaba
la vi ser capaz e inocente.

Existir en soledad y merecer un ‘para siempre’.

Enamorarse del invierno, ahogarse en libros y ser gilipollas.

Sabe bailar el silencio y limitar sentimientos.

Un día, como otro cualquiera, la vi tumbada en la escalera, fumando, como si supiera que hoy se iba a encontrar por dentro.

Entonces me levanté,

besé el espejo;

y me juré ser feliz en superlativo.

Y, desde entonces, no he vuelto a conjugar verbos en pasado.

Rock On